jueves, 24 de julio de 2008

Quiero que sea una wikinovela, añade más paginas en los comentarios

Será que el destino está plenamente relacionado con el hecho de levantarse aquél día con el pie izquierdo; María podría responder esa pregunta, lo que pasa es que ella no recuerda con que pie se levantó. No recuerda ni cómo era el clima, ni si desayunó en su casa o en el descanso de su jornada. Pero mirando atrás, sabe perfectamente que ese día, su vida cambió.
A las tres de la tarde cuando la fila disminuía y el banco se vaciaba sucedió ese hecho que la tiene alejada de su tierra y viviendo en el limbo de no ser ni de aquí ni de allá.
Siempre hubo un buen recuerdo que se chocaban con malos que la dejaban en un estado de plena melancolía.
Los atracadores entraron rápido, hicieron tiros al aire, la gente quedó inmovilizada, el guardia de seguridad con las manos en alto, recibió un tiro que lo tumbó en el suelo gritaba –No me maten-.
Era día de quincena, las cajas estaban llenas. María se arrodilló en posición fetal, mirando el suelo, escuchando todo: Los tres balazos más, los gritos del guardia de seguridad, los de sus compañeras en la caja, los insultos de los atracadores a todos allí y el miedo de todos incluido ellos.
-Hijueputa las que he pasado- en una sonrisa borra cualquier situación verídica de mala vida a lo largo de la suya, no parece que alguien de actitud tan optimista haya vivido algo semejante. El tiempo cura pero las cicatrices quedan, me dijo alguien.

El ser empleados los hizo ser sospechosos, y fueron visitados uno a uno por la policía, con interrogatorios que lograron poner nerviosos a todos; y más aún cuando dos de ellos fueron elegidos para repetir en la comisaría de Bello. María se ganó el amargo sorteo, quién sabe por qué, pero a las tres de la tarde prestó declaración ante Serrano y Martelo, Investigadores del D.A.S.

lunes, 14 de julio de 2008

Camila

Camila estaba sentada en el inodoro llorando por el grito que le había dado Gonzalo, el encargado de aquel restaurante, por haber llegado tarde. Lloraba en silencio, encerrada en aquel baño con olor a ambientador de manzana. El color blanco del sitio la tranquilizó y más aún la foto de Santiago en su más reciente cumpleaños; lo veía más lindo que nunca, soplando las cinco velas de la torta como si le estuviera mandando un beso transoceánico. Encontró la fuerza y siguió adelante su jornada como si nada hubiera pasado. No sin antes ir hasta donde estaba el encargado y decirle:
-Gonzalo, ¿tienes un minuto?-
-Llegas tarde y ahora quieres un minuto- le respondió con voz fuerte, para que se enteraran todos los que tomaban un café mañanero en la barra
-Te digo una cosa, creo que esa no es manera de tratar a la gente, así que, si te diriges a mi de esa manera no esperes que te responda- dijo Camila alzando la voz y dejando al pronto envejecido Gonzalo con la boca abierta. Camila se fue a preparar el salón de atrás y Gonzalo comentó a un viejo cliente de voz ronca.
-Ahora como tienen papeles hacen lo que les da la gana-

El viejo siguió con su cortado y no hizo ningún comentario.
Camila es esa extraña estirpe de los extranjeros para toda la vida, donde los árboles genealógicos crecen en dos sitios diferentes. Su abuelo llegó a Puerto Colombia cuando tenía cinco años, los padres de aquel niño venían huyendo de la mala vida de la guerra civil, Barranquilla fue su destino por casualidad, ya que el transatlántico que partió de Barcelona no atracó en Venezuela y seguía hacia Nueva York. Los esposos Coll decidieron quedarse y sus vidas siguieron con más altas que bajas y las raíces crecieron en la tierra blanda de aquel lugar.
El reencuentro de Camila con una tierra que no era suya, fue hace cinco años, cuando el dinero para pagar su carrera universitaria no existía y la oportunidad de un trabajo tampoco.
El frío de Madrid le recordaba lo equivocada que fue su elección y el día a día anestesiaba el dolor. Bogotá la esperaba, ese diciembre era diferente a todos los demás, ansioso y nervioso, después de cinco años volvería a ver a su hijo Santiago.
Llegó el último día antes de sus vacaciones, una semana después estaría en Bogotá abrazando a su único rey, ese nene que abandonó con un solo año en aquella alegre ciudad con el pretexto de una vida mejor. Lo llenaría de besos, de regalos y de abrazos postergados con los que borraría toda culpa de haberlo dejado.
En el aeropuerto de El dorado la esperaban su madre Ángela y su niño adorado, en el encuentro los sollozos y lágrimas alegres embadurnaron las caras de todos.
El primer contacto le dio la esperanza a Camila que sería otra navidad feliz. En el taxi, el niño miraba las luces de la ciudad, el edificio de Colpatria lo impresionó más que de costumbre.
-Mami, ¿Cómo se llama ese edificio?-
-La torre Colpatria- Respondieron Camila y Ángela a la vez.
Siguieron el camino cómo si nada hubiera pasado. Camila veía su ciudad cambiada, no era la misma y no iba ser la misma nunca. Llegaron a casa y se quedaron en el salón hablando las dos mujeres, no abrieron las maletas con la excusa de esperar el veinticinco y que Andrés no viera los regalos que le traería el niño dios. Ángela notó a Camila cambiada. Las palabras sólo eran de agradecimiento por parte de Camila.
-Está hablando como española- le dijo su madre
-Que va-
El niño apareció con un pijama que Camila recordó haberle comprado entre otros muchos regalos que le logró mandar en su último cumpleaños, era con las caras de Epi y Blas con las bocas abiertas.
-Que linda pijama nene-
Andrés sonrió por respeto, y después de un bostezo largo, abrazó a su abuela.
-Buenas noches mami-
Luego miró a Camila, se le acercó y la abrazó, le dio un beso y se despidió diciendo: Buenas noches-
Camila lo vio alejarse y subir la escalera para ir a su habitación.
-Mija, ¿Tiene hambre?- Le preguntó Ángela
-No mami-
-Venga y le ayudo-
-No tranquila mami, deje eso ahí, ya mañana lo recogeremos-
Ángela se fue a acostar y Camila se quedó sola viendo toda la casa, recorrió cada parte, miró la nevera nueva que su madre compró con el primer dinero que mandó desde Madrid, tomó una pequeña bolsa de achiras y se las comió, no tenían el mismo sabor que cuando vivía allí. Regresó al salón y se fijó en la foto que estaba en la estantería pegada al comedor, era la del matrimonio de sus padres, su madre tenía la sonrisa gigante y su padre un rostro bello pero inexpresivo, llegó a su mente la misma pregunta de siempre, ¿Qué sentía ese señor en aquel momento? Esa pregunta que nunca nadie respondió y que se repetía en ella como ser.
Tenía la misma edad de Santiago cuando aquel hombre se murió, en ese momento Camila no sabía qué hacía en ese lugar, extrañaba Madrid, su independencia, su soledad, su café cortado, sus amigos, el frío seco que siempre odió; en ese momento se dio cuenta que sería extranjera para siempre, ese limbo sin escapatoria que te hace pensar en un idioma y acento que no es el tuyo.
El día veinticuatro apareció Roxana, la prima hermana, que era más hermana, de pronto un abrazo esperado por ambas sucedió, las tres mujeres pasaron la noche buena, comiendo y luego bebiendo aguardiente acompañado de boleros de los Panchos, preguntaban de todo a Camila: Trabajo, costumbres, olores, climas, lugares y hombres. Camila respondía a todo con generalidades y estaba aburrida.
-Cuéntenme de sus vidas –
Roxana con las mejillas rojas y sonrisa cómplice ya sabía todo lo necesitaba saber y la cuestión que sintió Ángela que quedó en el aire fue la de la vida amorosa de su hija;
Le preocupaba su soledad.
-Mija y de novios qué-
Camila se levantó del sillón de manera lenta, en ese momento Celia Cruz cantaba la bemba colorá y Camila bailaba al ritmo de la canción, bailando llegó hasta la foto del matrimonio de sus padres y con la desinhibición del alcohol, le dijo a su madre:
-Mami, ¿Por qué papá tenía esa cara en el matrimonio?-
-Mija, siempre fue muy serio-
Camila volvió a mirarla y su sonrisa borracha y satisfecha, dio por concluida esa búsqueda, su madre se fue a dormir de inmediato y al día siguiente Roxana prometió levantarse más temprano que todos para hacer el desayuno.
Roxana cumplió y con resaca preparó unos buñuelos y chocolate caliente, el olor despertó a madre e hija. En el pequeño comedor de la cocina, cuando comían fueron interrumpidas por un grito:
-Mami, el niño me trajo la pista de carros, corre mami ven a ver-
Las chicas salieron de la cocina y desde el salón miraban como Santiago abría la caja que en su interior tenía la pista de excalectric. Ángela y Camila se quedaron juntas en el umbral de la puerta, mientras Roxana se quedó dentro de la cocina esperando a que despejaran la salida; ninguna de la dos era capaz de acercarse a Santiago, el niño las miraba a las dos, después de la larga mirada les dijo:
-Ayúdenme a armarla-
Las dos se acercaron y se sentaron alrededor de aquella caja roja, Roxana miró desde la puerta de la cocina y regreso a ella con el pretexto de recoger los platos sucios del desayuno, antes del mediodía los coches ya estaban dando la vuelta a una pista con forma de infinito y antes que se pusieran en marcha los pequeños coches ya Camila había llorado en el frío baño.
La nostalgia fue un sentimiento que la acompañó durante toda su vida, día a día. En Madrid, en Bogotá, en las vacaciones de verano en Barcelona, en la semana santa en Toledo, en el viaje en metro hacía el trabajo. El primer día en Madrid, sus pensamientos estaban en Bogotá, poco a poco se asentaron y se quedaron de nuevo aquí, en cada visita a Colombia su interior se revolvía menos y de viaje en viaje fue conciente de lo que era ser una persona extranjera.
La vida en Madrid siguió, el amor apareció y la comunicación con su familia en Bogotá nunca se enfrió, en aquél viaje se dio cuenta que siempre fue así. Ángela siguió siendo su madre y Andrés su niño, ella para él la madre de España y su abuela la mami de Colombia.
Las visitas anuales de Camila, alargaban la partida de Santiago; Camila lo quería a su lado y a él con ocho años de edad la idea no le entusiasmaba mucho, Ángela se lo dejaba todo al destino, aunque encerrada en su habitación respiraba tranquila y alegre cuando el abogado que le hacía los tramites del visado a Santiago le informaba que nuevamente se lo habían negado.
Ese año la visita no fue en navidades, Camila le había prometido a Jesús, su novio, pasar esas fechas con sus padres.
Año tras año Santiago se alargaba más, y tenía una especial disposición a disfrutar de su soledad, el ruido que se podía escuchar en su habitación era el del excalectric o el pasar páginas de Mafalda, cuando no estaba haciendo eso veía fotografías de insectos en páginas de Internet. A los diez años su madre le hizo la gran pregunta que él nunca hubiera querido responder:
-¿Cuándo te vienes a vivir conmigo?-
-Cuando sea más grande-
Al año siguiente se alargaba más, hubiera querido ser esa periplaneta americana que murió a la cuarta semana de haber nacido. Al año siguiente visitó a su madre en unas vacaciones de diciembre, el piso de parquet brillante le impresionó, pero más aún el tren que vio por primera vez en la estación de Alcobendas. Al año siguiente conoció a su hermana la españolita que le pusieron por nombre África. Tenía familia por partida doble la de aquí y la de allá, estudió Biología en la Universidad Nacional y luego se fue a vivir a Cartagena de indias con el pretexto del trabajo, se había enamorado de una mulata de ojos miel que tenía por nombre Margot. Vivió toda su vida en Colombia.




Mannix Charrys